jueves, 5 de diciembre de 2013

RELATOS LITERARIOS: El rostro




EL ROSTRO

por Roberto Baños

A primera vista, no fue importante.

Sólo pasados unos instantes, y a medida que mis ojos se hacían a la claridad, quedé atónito ante lo que vi.

Me pareció una de esas caras que solemos ver en las películas de gansters de los años treinta. Regordeta y mofletuda, con barba ya crecida, discurrían por su superficie unos surcos tremendamente marcados, semejando cortes de navaja o cicatrices restañadas de antiguo boxeador.

En la frente, las arrugas llegaban a tal grado que más bien parecían la obra aún fresca de una escultura de barro pendiente de modelar, en donde las pellas de material quedan tan solo colocadas a la espera de un posterior alisado.

Las orejas, exageradamente largas, salían de los laterales como pingajos de carne blanda que, en forma de soplillos le daban un aspecto de criatura de otra galaxia. La nariz, gruesa y sebosa, daba la impresión de haber sido usada sin límite. Unos pelos asomando de su interior demostraban descuido por parte de su dueño.

El pelo, cubriendo unas dos terceras partes de la cabeza, era ensortijado y brillaba por lo grasiento. No había orden en el peinado y carecía de raya. Si a esto añadimos unas amplias cejas en desorden, le daba al conjunto una pinta de cornúpeta. Los ojos me sobrecogieron. Eran vitriolo puro. Felinos y a la vez criminales.

Parecían los clásicos que pueden dejar petrificado a cualquiera. Había en ellos una mezcla de rabia y odio contenidos.

Su color, negro como la noche, servía para darle a su aspecto, ya feroz, una tenebrosa y salvaje pincelada.

Su aspecto, era al de un ser repugnante, cuya visión, difícilmente podría aguantar por más de unos segundos. Sin embargo, pasó algo incomprensible y a la vez inusitado con una cara así.

Se aproximó y noté claramente que sus labios se movían.

¡Sí, era cierto! se abrían y empezaban a mostrarme su interior. Una dentadura –no demasiado limpia‐ cerrada y pétrea, de dientes irregulares con sus bases ya de avanzada piorrea, empezó a crear un intento de sonrisa.

Me pareció increíble que “aquello” pudiera dar otra cosa que un bufido; y, sin embargo, en una porción de segundo que a mí se me hizo como una larga secuencia a cámara lenta, todos los músculos de su cara empezaron a ponerse en funcionamiento.

Los surcos se agrandaron, sus mofletes subieron y su mentón igualmente se alzó. El resultado fue una total y amplia sonrisa que dejaba al descubierto dos filas de dientes apretados.


Acto seguido, bajé mi vista hacia el lavabo y me dispuse a afeitarme.



2 comentarios:

  1. Qué críticos podemos llegar a ser con nosotros mismos ... llega a asustarme el relato. No te deja indiferente.

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  2. Bueno yo pienso cosas parecidas por las mañanas ante el espejo... aunque al final no me afeito.

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