GHOST
Por Roberto Baños
Era una tarde
de Navidad.
Venía
corriendo como un poseso por la acera y dobló la esquina a toda velocidad.
Se pegó a la
fachada y miró hacia atrás para ver si le seguían. Al comprobar que no, dio un
bufido y se secó la frente llena de gotas de sudor. Sacó del bolsillo derecho
una manzana hermosa y clavó en ella sus dientes dejando una huella del pedazo
arrancado.
Qué rica
–pensó-, con el hambre que tenía y la oportunidad que tuvo de ver a la tendera
de la frutería, dos calles más abajo, distraída en despachar a una clienta.
Lo peor de
todo fue que, al sacar la manzana que eligió, desequilibró todas las expuestas,
y produjo un desmoronamiento de la torre hecha con ellas, las cuales se
esparcieron por toda la acera produciendo un caos entre los viandantes y los
gritos que comenzó a profer ir la dueña ante tal desaguisado.
El mozalbete
no tendría más de 7 años. Su aspecto descuidado y sus ropas andrajosas y escasa s demostraban su pobreza. Unas zapatillas (que se adivinaban fueron
blancas de nuevas) a las que le faltaban pedazos y por las que asomaban una
parte de los dedos, completaban su atuendo.
Una vez
engullida la manzana y ya más sosegado, se volvió hacia la pared en la que se
había recostado.
No era una
pared, sino el enorme crista l del escaparate de una juguetería.
Sus ojos se
abrieron desmesuradamente, como si quisiera verlo todo a la vez. ¡Qué
espectáculo!. De arriba abajo y de izquierda a derecha, juguetes de todo tipo
se apretujaban unos delante de otros como si se peleasen por salir en una foto.
Ni siquiera
notó el frío reinante. Contempló uno por uno cada juguete expuesto y lo
fotografió en su mente al tiempo que experimentaba la sensación de que jugaba
con ellos.
Se vio
deslizándose por las aceras, montado en un inverosímil equilibrio sobre un monopatín.
Dirigiendo por radio control un precioso coche rojo de carreras de gruesos
neumáticos. Encestando un tiro de tres con un balón de baloncesto. Creando un
gigantesco monstruo con las piezas de plástico de un puzzle.
De repente,
sus ojos se pararon en una imponente bicicleta de montaña. ¡Eso sí que era un
juguete!. Sus sueños hechos realidad. Ya no necesitaría correr por todas
partes. Si tuviera esa bicicleta, se sentiría como un rey en su trono. Le
acompañaría a todas partes, como si fuera un caballo y él un cowboy en el
Oeste.
Se frotó las
manos, pues sintió frío, y eso le hizo volver a la realidad. Nada de aquello
que estaba viendo era posible para él, ya que al no tener familia ni parientes
nadie podría comprárselos.
Sus ojos se
humedecieron y dos gruesas lágrimas resbalaron por su cara, formando un surco
que inmediatamente se enfrió debido a la temperatura.
Absorto en
sus pensamientos no se había dado cuenta de que un coche negro se había parado
en la acera, y un hombre de mediana edad se había bajado y caminado los pasos
que de él le separaban hasta colocarse justo detrás.
Oyó una voz
grave que le dijo: ¿qué piensas que es más bonito?.
Levantó los
ojos hacia el escaparate pero no encontró a nadie. Se volvió y vio a un señor,
al tiempo que como un autómata respondió: la bicicleta es la más preciosa que
he visto nunca.
Bueno –dijo
el extraño- vamos a por ella, yo te la regalo. Le tendió la mano y el niño se
la dio.
Media hora
más tarde se encontraban a la puerta de la tienda, mientras sujetaban entre ambos
la bicicleta del escaparate.
Gracias señor
–musitó el niño- nunca le olvidaré. Van a ser las Navidades más hermosas de mi
vida, aún cuando no pueda enseñársela a mis padres porque no los tengo.
Murieron los dos cuando yo era pequeño y me recogió un vecino, ya mayor, con
quien vivo.
Bueno –dijo
el extraño- ¿no la montas para probarla?.
Sí claro
–respondió el niño- al tiempo que iniciaba la acción. Por cierto, no sé cómo se
llama usted.
Sujetó el
sillín con la mano derecha y giró por detrás para montarla por la parte
izquierda. Se subió agarrando el manillar con ambas manos, al tiempo que
enganchaba los pedales con los pies.
Se volvió
para el señor y observó que había desaparecido.
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