BASE TAURO 3
Por Roberto Baños
Eran las siete de la tarde y estaba
inmóvil en aquella absoluta oscuridad.
Enhiesto y erguido, cual mástil,
permanecía en silencio. A mí alrededor todo parecía dormir. Había momentos en
que se podría escuchar el vuelo de una mosca. El frío me atenazaba hasta el
punto de sentir en toda mi extensión la frialdad del acero. Mi capacidad de
reacción se había quedado petrificada y esperaba con el aliento contenido
entrar en acción; no obstante, mi instrucciones eran claras y precisas:
permanecer alerta hasta que mis servicios fuesen requeridos, dicho momento
sería advertido de inmediato y mi trabajo comenzaría al instante.
En esas cuitas estaba, cuando una llave
se sintió en la puerta. Esta se abrió, una luz se hizo en la entrada e inmediatamente
una persona entró cerrando tras de sí. Los pasos se dirigieron hacia el
dormitorio donde yo me encontraba.
Se oyó el sonido del interruptor de la
luz a cuya orden se encendió la lámpara de la mesa camilla, contraria a donde
me encontraba situado, que hacía de mesilla.
En ese momento la ví en el umbral; fue un
instante, el suficiente para poderla describir. Alta, de piernas estilizadas, embutidas
en un panty negro; falda de tubo estrecha que dibujaba el contorno y señalaba
una cintura mínima y caderas prominentes. Una blusa semi abierta dejaba parte
del pecho al descubierto ya que no utilizaba sujetador. Su cara era bellísima, ojos
de tigresa acosada, labios pintados de un llamativo rojo sangre bordeaban una
gran boca de dientes marfilíneos.
Su tez avellanada, recordaba las diosas
Aztecas descritas en los libros de los Conquistadores. Estaba un tanto
desarreglada y su rictus denotaba una jornada cumplida.
Agitó ambos pies y los zapatos de tacón
saltaron por la habitación. Tiró un abrigo sobre la cama y se dirigió al cuarto
de baño anexo al dormitorio. Oí el ruido del agua al discurrir por la bañera y
regresó.
Mi pulso estaba a cero y tan sólo pensar
que pudiera haber reparado en mi presencia, hizo que la frialdad que sentía
fuera lo más parecido a un sepulcro. Pensé en lo que se avecinaba y recé para
que aquella contemplación durase el máximo posible. Lentamente empezó a
desnudarse. En la posición que se encontraba, ella me daba la espalda y para
mis adentros juré por mi mala suerte.
Aún así, y debido al espejo de la cómoda,
la podía observar por delante. Descorrida la cremallera, su falda cayó al
suelo, se sentó en la cama y se quitó los pantys, dejando al descubierto unos
muslos rosados y aterciopelados que, al ceder de la presión de la media, se
esparcieron como cebo al contacto con el agua.
Se desabrochó la blusa y sus hermosos
senos quedaron al aire; los pezones erguidos, un tanto ásperos por el repetido
roce de todo el día, semejaban los pitones de un toro. Desde mi situación, ví
como realizó un pequeño masaje en todo su perímetro.
Puesta en pié, se bajó lentamente las
bragas mientras su vista pasó al espejo que estaba frente a ella. A medio
camino paró y observó cómo parte de su pubis se hallaba ahora al descubierto,
enrolló las bragas sobre sí mismas hasta dejar un triángulo, igual al de un
tanga, y se volvió para mirarse por detrás en el espejo. La visión que entonces
tuve de la mujer fue de infarto. Sus formas, ahora desnudas, se me antojaban
las de una nativa despojada de sus galas en plena ceremonia ritual.
Finalizó su streep‐tease y se quedó
mirándose en el espejo. Su contemplación duró unos minutos que a mí me
parecieron siglos, pues tuve tiempo de recorrer una y otra vez toda su anatomía
que cada vez parecía más perfecta y apetecible.
Se revisó el cuerpo desnudo, palmo a palmo,
parándose en el busto, vientre, y su bien poblado monte de Venus. Su trasero no
se salvó de la revisión; un acariciante sube y baja de los glúteos, y para
finalizar un gesto de aprobación general sirvió para terminar la escena al
tiempo que se encaminó al cuarto de baño.
Desde mi posición ‐ dado que la puerta no
estaba cerrada – asistí a un baño de espuma que fue elevando mi tono y estado de
ánimo. Intuía ya, que aquello no podía durar eternamente y en consecuencia mi
presencia no podría seguir en el anonimato, así pues, contuve la respiración y
mis sentidos quedaron en alerta a la espera de recibir instrucciones.
La mujer salió del baño, enfundó su
cuerpo en un grueso albornoz, y se dirigió hacia mí, como si hubiera advertido
mi presencia desde antes. Un frío intenso se apoderó de mí, un frío mayor al
que nunca había sentido antes. Las doce horas que ya hacía de mi permanencia en
vela en la misma posición, hicieron mella de una vez y me sentí desfallecer.
Los ojos de la mujer se clavaron en mí, y
sin embargo, advertí que no mostraban enojo ni sorpresa, sino que denotaban cierta
complacencia.
Adelantó su mano derecha y noté su cálido
contacto, lo cual me llenó de alegría pues por fin las instrucciones me iban a
ser comunicadas.
Su mano atenazó una clavija que yo tenía
situada a la altura de la parte derecha de mi cabeza y realizó un brusco giro.
Un intenso placer se apoderó de mí. Entré
al instante en un frenesí voluptuoso, mis sentidos se llenaron de un ruido
intenso, al tiempo que, como si de un orgasmo se tratara comencé a producir un
intenso calor que inundó la habitación y produjo una sonrisa plácida de la
mujer que, acercándose a mí y mostrándome todo su cuerpo me musitó: ¡qué rico
calentador!.

Cuando crees que no te ven… que es casi siempre en la intimidad del hogar, mujeres y hombres hacemos todas esas cosas, los objetos inanimados no cuentan, ¿deberían contar? Parece que sí, ya no podemos fiarnos ni del secador de pelo, mujeres y hombres, cuando nos secamos el pelo, casi siempre desnudos, ¿entendéis ahora por qué el secador se para a veces a mitad de la faena? Creíamos que era por seguridad, algo relativo a la resistencia, para evitar el excesivo calentamiento del aparato y va a ser que es cierto.
ResponderEliminarLo tendré en cuenta.
Con anónimo no está bien hacer comentarios. hay que retratarse.
EliminarEs gracioso cómo la mente se adelanta al final ... Jajaja. Well done!!
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