LA CARRERA
Por Roberto Baños
¡Por fin,
estaba convirtiendo su sueño en realidad… ¡.
Iba a tomar
la curva a 180km/h, pilotando una imponente moto de 500 cc. Prácticamente
vestía de azul y blanco de base, si bien luego, las etiquetas publicitarias que
llevaba cosidas al traje de tejido especial eran tan variadas, que le daban un
aspecto circense de hombre-anuncio.
¡El casco sí
que era bonito!. Una vez bajado el visor ahumado que protege la vista del
exterior y de los impactos de los mosquitos cuando se estampan contra él, semejaba
un astronauta en activo.
Su mente
comenzó a trabajar en tanto sus reflejos de forma sincronizada obedecían las
órdenes que tanto a través de sus manos, pidiendo más gas, o de sus pies,
solicitando cambios rápidos y sincronizados, le llegaban.
Recordó los
esfuerzos que había tenido que hacer para llegar a ese día. Aquellos
entrenamientos exhaustivos y duros, tantos y tantos meses de estudio de la moto
y de viajes a difer entes países.
No obstante y
pese a todo, gracias a su tipo de vida había conocido a Sonia. ¡Un primor de
mujer!. Bella y encantadora. Su familia, además de agradable y acaudalada, le
había aceptado como a un hijo. De hecho, la mansión que le habían regalado a
Sonia y a él como anticipo a la boda, era para animar al más reacio.
Hizo un alto
en sus pensamientos y miró hacia atrás.
Aproximadamente
a un segundo venía Rolf, un piloto ya conocido por sus arriesgadas pasadas y su
valor puesto a prueba en numerosas ocasiones.
Casi como un
autómata aceleró y la moto salió hacia adelante con un impulso violento. En ese
instante, venía una curva pronunciada. Se cerró y casi acostándose, la tomó.
Como si ambos
fueran uno solo, las ruedas fueron pasando de la verticalidad hacia su lado
derecho.
Acostumbrado
a ello, sus pies se ocultaron y su rodilla se cerró apretándose contra el
carenado.
La protección
de la rodilla tocó la pista y un temblor ya conocido recorrió en cadena todo su
cuerpo.
Chispas y
ruidos salieron de la frotación entre chasis y asfalto, y parte de la
protección desapareció como si se hubiese puesto en contacto con una rueda de
esmeril.
Acto seguido,
la moto y el piloto, volvieron a ponerse derechos.
¡Acababa de
ampliar su ventaja sobre Rolf en 30 centésimas más!.
Faltaban
todavía 3 vueltas. ¡Un mundo en motociclismo!.
Para él, algo
maravilloso: ganar su primer Grand Prix y empezar a ser conocido a nivel
mundial.
De nuevo en
su mente, sin quererlo, se olvidó de la carrera y le trajo unas imágenes difer entes.
Así, vio a
Sonia el día en que la conoció en una fiesta de su escudería y cómo iba
vestida. La presentación a sus futuros suegros y su grata acogida. Sus
proyectos para el futuro de ambos. También el coche rojo deportivo que hacía
dos días había comprado con sus ahorros.
De repente,
recordó una conversación con el Director del Equipo al principio de la
temporada en la que éste le señaló que “si no pasaba ese año a ser estrella, su
contrato desaparecería y sus ayudas también”.
Eso podría
significar para él, hasta la ruptura con Sonia … ¡no, eso jamás!.
Aumentó la
velocidad al tiempo que decidía que en las próximas curvas apuraría la frenada
aún a riesgo de salirse, ya que era la única forma de mantener a Rolf distante.
Es decir, le ganaría con las mismas tretas que él usaba para ganar a otros.
Ya sólo
quedaba una curva. Se aproximó por dentro; sus ojos vieron el velocímetro:
190kms. Demasiado fuerte -pensó-, me abriré demasiado y perderé metros. Bueno
-se dijo- me alzaré para frenar con el cuerpo. Lo hizo y notó la fuerte
desaceleración que produjo.
Se abrazó a
la moto y se acostó como tantas otras veces, repitiendo los movimientos de:
recoger el pie, apretar la rodilla contra el carenado, cambiar de velocidad,
mantener la raya continua perpendicular a su mano derecha, casi al final,
cambiar y acelerar, etc.
Todo iba bien
y según lo calculado, tan solo que la vibración del roce de la rodilla con el
asfalto fue mayor, mucho mayor, y sin poderlo aguantar, como si un gigante de
fuerza poderosa le agarrara por la rodilla, se separó de la moto.
Lo que pasó
después fue algo horrible.
En el momento
que la rodilla se separó, la moto cayó de su inverosímil postura sobre su
tobillo y se acompañó por la curva produciendo ruidos y chispas al tiempo que
le arrastraba a él en su viaje.
Cruzó la
pista de derecha a izquierda. Su pierna se soltó y su cuerpo por inercia
comenzó a botar y dar vueltas como un títere.
Mientras esto
sucedía, vio la moto harto conocida de Rolf
-amarilla y verde- que formando un conjunto armonioso con su piloto,
trazaba y salía de la curva, camino de la meta.
Vio su propia
moto, también girando sobre sí misma, como un tornillo sin fin, y con peligro
de que le cayera encima, cosa que no pasó.
Sus vueltas
en el asfalto ya habían terminado y entraban en la parte en la que, por fuerza,
amortiguaría la velocidad que llevaba. La tierra con surcos, las balas de paja,
las cubiertas de coches apiladas y demás cosas colocadas a este efecto,
empezarían a dar el resultado esperado.
Tan solo un
detalle. Algún empleado indolente había olvidado colocar la defensa
correspondiente en un espacio de aproximadamente 2 metros hacia donde él se dirigía, dejando al descubierto una
zanja cuyo peto ya veía de frente.
Un ruido
tremendo. El impacto de su espalda contra el peto. Un salto en el aire ya sin
control de manos y piernas, y un rebote contra el suelo, llegando como un
pelele a toda velocidad contra las redes metálicas de vallas que protegen a los
espectadores.
Quedó quieto
e inerte.
Un dolor
agudo se apoderó de su brazo izquierdo. Su costado comenzó a dolerle igualmente
e incluso le impedía respirar con normalidad.
Jadeó y en
ese momento abrió los ojos.
La postura
que tenía era grotesca.
El brazo
izquierdo pasaba por debajo del costado y la presión a la que el cuerpo le
sometía, era tan grande, que le había cortado la circulación y estaba un tanto
amoratado.
Tenía la
cabeza torcida sobre el cuello en forma de mueca. Un copioso sudor mojaba todo
su pijama.
Sacó el bazo
del costado y lo frotó. Acomodó su cabeza en la almohada y se dispuso a seguir
durmiendo tranquilamente.
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